¿Cómo poner en palabras aquello que no sucedió? Si no hay gritos, reclamos ni insultos. Preferirías que te diera un golpe, aunque te doliera en el cuerpo. Al fin y al cabo, es más fácil sanar de aquello que se puede ver y palpar a diferencia de lo que es invisible a los ojos de todos.
Si te alzara la voz, cuando menos tendrías la oportunidad de defenderte, de gritarle de vuelta y sacar del pecho todo lo que llevabas cargando. Pero no… solo silencio, vacío, desconexión, ausencia…
Un minuto estás “bien” y de repente todo se detiene, como un impacto de frente a 120 km por hora. Un escalofrío recorre tu cuerpo de inmediato, una opresión en el pecho que te avisa del peligro. ¿Peligro de qué? Te preguntas a menudo. Si no hay puños, insultos ni jaloneos. Sabes que el castigo es más simple, más sutil, más fino. Simplemente, ya no existes, no te ve, no te escucha, no te habla. Pasaste en segundos de ser persona a ser objeto, una piedra tal vez. Sin importar en dónde o con quién estén, el momento se congela.
Descubres que se ha “retirado” de la conversación y solo queda presente su cuerpo con una mirada que te traspasa y ese gesto en la cara ya tan conocido, que asocias de inmediato con el desprecio.
Te vuelves transparente a su mirada, todos los demás siguen presentes para él, menos tú.
Ya por experiencia sabes que algo pasó, algo se rompió de golpe, como si hubieras dejado caer al piso un adorno muy frágil de cristal que se hace añicos en un segundo. Así sientes que es tu relación, algo que puede irse a pique en cualquier momento, por lo que necesita que la vigiles sin descanso.
Las primeras veces no sabes de qué se trata esto. No sabes qué hacer o cómo reaccionar; intentas decirle lo mucho que te lastima esta actitud suya, le preguntas que debes hacer, pides perdón sin saber bien qué fue lo que hiciste mal hasta que aprendes que es un ciclo inevitable. Todavía no entiendes que al hacer todo esto alimentas el ciclo y empiezas a formar parte de él.
Como primera etapa de este ciclo sientes la retirada o desconexión y empiezas a dudar de la realidad. ¿Pasó algo o me lo estoy imaginando? ¿Es conmigo el problema o sólo está cansado? ¿Realmente está sucediendo o me lo estoy inventando?
Tienes que comprobarlo, pasas a la segunda etapa: entras en modo escáner y con ojos de rayos X, examinas su lenguaje corporal. Ya has aprendido a analizar cada uno de sus gestos faciales, cada mueca, su tensión muscular. Aun así no estás segura, te animas a rozarle levemente la mano para ver cómo reacciona. Indiferencia. ¡Atinaste! No es tu imaginación, efectivamente él ya no está ahí. Se desconectó y sabes que el asunto tiene que ver contigo.
La tercera etapa es la que te aniquila. Al estilo CSI repasas la escena del crimen, retrocedes en el tiempo, pueden ser minutos u horas antes; examinas toda tu conducta desde el momento de la desconexión hacia atrás para descubrir el instante exacto, en dónde y cómo fue que la cagaste una vez más.
¿Qué pasó? ¿Qué dije o hice para provocar su retirada? Revisas en retrospectiva cada momento del día hasta encontrar el acto o palabra errada de ese día, ¿será ese o tal vez fue antes? ¿Habrá sido hace un minuto o tal vez hace unas horas? Te cuestionas sin parar. Deseas con todas tus fuerzas haber tenido una bola mágica que te advirtiera con tiempo sobre lo que estabas por hacer o no hacer para haber evitado el desastre. ¿Cómo es que después de tantos años juntos aún no puedo evitar que esto suceda? Te sigues reclamando. ¿Por qué siempre termino arruinando el momento?
Crece tu ansiedad y tu angustia. Aún no estás segura de lo que pasó, te lo imaginas, pero no hay certeza y sigues repasando una y otra vez en tu mente hasta que ya tampoco tú estás ahí. Te desconectas del entorno, las voces de las personas de tu alrededor desaparecen, solo está ahí tu cuerpo tenso y tu cerebro a mil por hora.
Después de tantas vueltas, al fin te animas a preguntar, tienes miedo de la respuesta porque sabes que aunque te diga lo que “hiciste mal” y trates de “portarte bien” jamás estarás a la altura de sus exigencias. Siempre habrá algo nuevo que no pudiste predecir, que no viste venir por más que te esfuerces, por más que lo intentes. Poco a poco empiezas a dejar de habitarte para mudarte al mundo de sus necesidades y exigencias. Dejas de vivir para tí y empiezas a vivir para él. Lo ha logrado, finalmente esa era la estrategia. Toda tu atención solo para él.
En su momento, no entendías aún la razón de por qué cada vez que esto sucedía lo sentías como una puñalada en el corazón. No sabías que a esto se le llama “La ley del hielo” o “El tratamiento del silencio” y que es una de las formas de maltrato psicológico más crueles; que consiste en dejar de hablarle a tu pareja durante días como una forma de castigo cuyo objetivo es controlar tu conducta. El ser ignorada y desvalorizada continuamente por la persona más importante en tu vida te hace dudar de ti misma, de la relación, te hace vivir en un estado de ansiedad permanente que a la larga afecta de forma terrible tu autoestima, tu salud psicoafectiva y por supuesto, tu salud física.
El ”Tratamiento del silencio” es una de las muchas formas en las que se manifiesta el maltrato emocional y quien recibe este trato es muy probable que también sufra otros modos de manipulación y control emocional que de manera sistemática, día a día, van acabando con la persona que la padece.
Es como la tortura de la gota de agua, en la cual la víctima recibe en la frente un goteo continuo de agua que termina enloqueciéndola. Una simple gota de agua de manera aislada puede ser totalmente inofensiva; muchas gotas que no paran, una tras otra en el mismo punto de tu sien, se convierten en arma mortal.
Así son los micro abusos, no dejan marcas, moretones o dientes rotos. A los ojos de los demás son simples gotas, todos las recibimos de manera ocasional, todos nos enojamos de vez en cuando y dejamos de hablar para no herir a quién tenemos en frente. Pero esto es diferente, lo que lo hace tan dañino es la sistematización y el propósito de someter y controlar.
Poco a poco, esto provoca que la persona quien lo padece se someta por sí misma a la voluntad del otro para evitar ser castigada con la indiferencia y el rechazo. Acaba por ponerse sola la soga al cuello y tira de ella lentamente, mientras el otro se limita a observar sin hacer “nada”, solo callar.
Bertha de la Peña Calero